Grandes praderas

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No sé si nuestra corresponsal en South Dakota conocerá un libro que estoy leyendo estos días, por consejo de mi amigo Joe Horowitz: “The Great Plains”, de Ian Frazier, que es una crónica de viajes y aventuras por ese territorio inmenso que atraviesa de norte a sur desde Texas hasta Canadá. Ian Frazier es uno de esos escritores que no necesitan inventar para escribir espléndida literatura: tiene un libro magnífico de viajes por Siberia, y otro que es una crónica meticulosa de su propio árbol genealógico, Family, un viaje por el espacio y por el tiempo, porque, de antepasado en antepasado, llega a los primeros colonos ingleses del siglo XVII. Según Joe, el mejor libro de Frazier, que ya tengo pendiente, se titula On the Rez, y trata de la vida en una reserva india.

Esas historias de indios, de Native Americans, como se dice ahora, me han entusiasmado siempre. Uno de mis lugares favoritos de Nueva York es el Museo del Indio Americano, que también abarca las culturas indígenas de la América central y del sur. En él hay extraordinarias máscaras mapuche, láminas de corteza de árbol con orificios para los ojos y la boca. El año pasado leí mucho, y escribí una crónica, sobre Quana Parker, el último de los grandes jefes Comanche, hijo de la cautiva en la que se inspiró la historia que cuenta John Ford en The Searchers. Y uno de los primeros libros que leí al llegar a Estados Unidos fue Black Elk Speaks, la transcripción de los recuerdos de un antiguo medicine man Sioux. Dice el poeta Gary Snyder que la culpa más oscura del país, por ser la más callada -más que la de la esclavitud-, es la del trato que se ha dado a las poblaciones nativas.

Cuenta Ian Frazier una cosa que me llama la atención: que los indios, tenían una idea muy vaga de su propia edad, y que medían el tiempo en días y en meses lunares, pero no en horas, y, más chocante aún, no en semanas. ¿Cómo es el tiempo sin semanas?

2010-10-31-GreatPlains